Nutrición y enfermedades cardiovasculares

El aparato cardiovascular esta integrado por el corazón, arterias, venas y capilares. Su funcionamiento depende de una intrincada red de mecanismos regulatorios que dependen del funcionamiento apropiado de cada uno de sus componentes, de modo que, la afectación de uno de ellos puede afectar al otro. La hipertensión arterial, por ejemplo, es considerada como una de las enfermedades cardiovasculares más frecuente tanto en el Perú como en el mundo, y tiene como su principal efecto secundario la enfermedad cardiaca. Si bien es cierto, la edad y los factores hereditarios incrementan el riesgo de padecerlas, los factores dietarios son tanto o más importantes en su prevención, origen y tratamiento  

Los estudios han mostrado que consumos excesivos de sal, lípidos (especialmente grasas saturadas y colesterol) y una acumulación inadecuada de peso mediada por una actividad física insuficiente constituyen algunos elementos promotores igualmente relevantes. La elevación del colesterol en la sangre, por ejemplo, predispone para el desarrollo de enfermedad coronaria tanto en hombre como en mujeres; la reducción del consumo de sal a 6 g por día como máximo o la introducción de una rutina de ejercicios puede tener un efecto considerable en la reducción de varios puntos en la presión sistólica.

En términos dietéticos, las regímenes alimentarios que contemplen el consumo diario de frutas y verduras; la inclusión de pescados o frutos oleaginosos (nueces, pecanas, castañas, etc) en la dieta; la reducción en la ingesta de frituras o la piel de los animales; la reducción del consumo de sal a 6 g por día; y la reducción en el consumo de azúcares añadidos (azúcar que se usa para endulzar o está presente en los productos de pastelería o golosinas); han mostrado tener efectos importantes en el manejo de estas enfermedades.

En términos nutricionales, habría que estimular la reducción del consumo de ácidos grasos saturados (mirístico, por ejemplo) por su potencial efecto colesterogénico; la reducción del consumo de sodio a menos de 2.5 mg por día; el aumento del consumo de ácidos grasos omega 3, sin romper su relación con los omega 6 ( 1 por cada 4-10, respectivamente); incrementar el consumo de alimentos funcionales con efectos protectores sobre el aparato cardiovascular como el ajo (por su contenido de alicina) y; promover, entre las personas, el mantenimiento de un peso óptimo acorde con la edad, el sexo y la actividad física correspondiente, sin que esto signifique reducciones drástica de peso que podrían ser contraproducentes en el tiempo.

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